No estaba entre las posibilidades que ella me encontrara en pijama en el Kiosco. Al principio me asusté, pero en pijama el susto es más volátil.

Decidí ir a la cita en pijama porque es una prenda tan sencilla que encierra tal libertad que, pocos se atreven a explorar fuera de casa. Es la libertad del confort y la intimidad. Y como esa muchacha me interesaba, quería estar libre y sencillo. Porque la sencillez es el más alto refinamiento.

Pijama proviene del persa “payjama” o “pijama”, que significa “ropa para las piernas”. Originalmente, en las regiones de India y Persia, el pijama se utilizaba como una prenda ideal para el clima cálido. Con la colonización británica, este atuendo fue adoptado por los europeos como ropa de dormir. Con el tiempo, el pijama se consolidó como una prenda para el descanso y el hogar.

Al ver la chica con un pantalón pegado y una camisa negra, igual de ajustada; la vi constreñida, limitada en sus movimientos. Y supe que, como ella, la mayoría de personas prefieren la incomodidad que han asociado a estar a la moda. Pero la moda no es más que una enfermedad inducida que uniforma y condiciona. Cuando el pijama rompe los estereotipos porque envuelve el cuerpo en una suave caricia de telas ligeras y sueltas. Y lo que prevalece es la comodidad.

Ella me miró asombrada, entre repudio y fascinación. Pero se inclinó por el repudio por vergüenza de que la vieran con un hombre tan desparpajado. Para calmarla, le confesé que no era un descuido. Porque me despierto temprano, me ducho y me pongo de nuevo el pijama. Escribo tres horas diarias en mi nueva novela. Este método de trabajo lo propuso Martin Caparrós. Según él, si un individuo trabaja tres horas, sin interrupción, logra cualquier objetivo. Porque, a fin de cuentas, el que trabaja ocho horas no trabaja, sino que conversa, toma café, hace pereza y espera con ansiedad la hora de salida.

Le expliqué que el pijama era un experimento social. Quería quitarme las convenciones que traen consigo la ropa para salir a la calle. Ropa que obliga a adoptar ciertos comportamientos. Por ejemplo, se elige la pinta de diciembre o semana santa para ir a la misa los domingos, las reuniones familiares o las entrevistas de trabajo. Lo curioso es que a esta pinta se le otorga ciertos atributos que sólo puede dar la personalidad y el carácter. O para las fiestas se quiere ir casual y elegante, como si fuera posible tal cosa. Porque la elegancia se vuelve extravagancia y la casualidad exhibicionismo. Cuando el pijama, sin tanta parafernalia, nos permite ser nosotros mismos, en la forma más auténtica y despojada. Además, el uso del pijama reduce el uso del espejo. Y lo más asombroso, en pijama cualquier lugar es la casa. Y en casa uno es natural y espontáneo.


Le confesé que es muy extraño como se dividen los atuendos. Están las prendas para salir a la calle y las prendas para estar en casa. Las prendas para salir a la calle se utilizan con la intención de representar la máscara para interactuar en un mundo donde la apariencia externa, a menudo, dicta la percepción de quienes somos. Y entre más ajustadas, incomodas y brillantes sean las prendas, mejor se encaja en la rigidez de las normas sociales. En cambio, las prendas para estar en la casa no tienen intención y, por ello, son harapientas para garantizar el descanso. Es que están hechas para resistirse a la tiranía del disfraz y la máscara. Por lo que el pijama, en su sencillez, nos libera de las cadenas de la moda.

Al ver que la muchacha cambiaba la percepción del uso del pijama; le dije que así, en pijama, no pienso cómo me veo y es cuando más veo, más la veo. Porque para ver a alguien en pijama es necesario conocerlo o tener cierta intimidad con esa persona.

Ella se acomodó en la silla, perdió la rigidez de cuerpo, se quitó los tacones, se olvidó de las personas que nos rodeaban y habló como si estuviera en la sala de su casa, desprevenida.