Ecuador en línea hasta la curvatura del Putumayo









- Hey, ¡sos paisa!
- Si, de Medellín y voy para Colombia.
- Yo también, parce, que chimba, me llamo Jair Cartagena.
- Mucho gusto, Camilo solo

Seguí sentado con la carta del denuncio de la perdida del pasaporte y que me había costado 30 dólares sobre las piernas. Remojaba en la boca un pedazo de pan. Miraba la bolsa con los panes, las galletitas de soda y los atunes que Jimena me había dado para el viaje. Mientras mordía el pan y pensaba en ella.

Me decía que no era posible que en tan poco tiempo sintiera tanto por una mujer. En dos semanas se fermentó la ausencia que siento. En dos semanas una mujer despeinaba los suspiros. En dos semanas me sabía minusválido del corazón. Recordaba el cuerpo de Jimena mientras se ablandaba y remojaba el pan con saliva. Pensaba en sus ojos verdes y cabello castaño claro, en su tesis de grado para recibirse de abogada, en su gata araña dedos, en sus labios, en su manera de decir que era una mentira lo nuestro pero que era más real de lo necesario y en lo lejos que estaba de ella.

- Camilo, ya sellaste el pasaporte
- ¿El pasaporte?
- Sisas parce, porque sino te cobran una multa por entrar de ilegal al país, incluso te pueden llevar preso.

Jair llevaba un día más en Huaquillas Ecuador. Subía desde Brasil. Vendía estiker de cristo y con eso se costeaba el viaje. Tenía un tic nervioso en el lado izquierdo de la cara y parecía una ramita de cilantro de lo flaco que estaba. De Brasil pasó a Argentina donde lo robaron y tuvo que pedir dinero y comida en las calles. En la embajada unos colombianos le ayudaron para salir. Atravesó Bolivia, entró a Perú y estaba en Ecuador esperando el bus de Panamericana que lo llevara a Tulcán, cerca de la frontera de Ecuador con Colombia.
Invité a Jair a un atún con pan. Me regaló un estiker.

- Hermano, no tengo pasaporte. Bueno, si tengo pero lo tengo escondido. Porque si muestro el pasaporte me cobran una multa abismal. Cuento con una carta de la comisaría de Huaquillas para atravesar el país y no la he sellado en migraciones. Creí que el bus pasaba por Migraciones.
- Hombre, no sé, esperemos.

Jair me ayudó a esconder el pasaporte en la mochila. Pero en ningún lugar me sentía seguro. Así que por decisión compartida Jair llevó el pasaporte con él. Nos subimos al bus dispuestos a soportar 18 horas de viaje.

- Caballero, ¿pasa por migraciones?
- No, no paso, contesta el chofer
- Ah!!! Caramba, entonces como hago para sellar el pasaporte
- Pues hermano le tocó irse así y rezar para que no se lo lleven preso.
- No hay una posibilidad remota de que me espere.
- No señor, eso es descuido suyo y no mío. Pero si quiere lo dejo cerca de migraciones. Sella el pasaporte. Luego toma una combi llamada Cifa y por un dólar cincuenta lo lleva hasta la Y de Machala y allá me espera.
- ¿Y de Machala?
- Si, o si prefiere póngase a rezar para que pase a salvo el país.

Miré el chofer y me dieron ganas de darle un puño. Pero como ahora soy un alma de Dios me contuve y me quedé pensando que hacer. Jair decidió acompañarme.

Nos bajamos del bus con los bolsos de mano. Habíamos dejado la comida y las mochilas grandes, además habíamos pagado por el pasaje. En migración me miraron. Me pidieron la cédula. Me reclamaron el pasado judicial. Les dije que también lo había perdido. Me dieron 5 días para atravesar el país. En migraciones hablé con el conductor de un bus que iba hasta Guayaquil. Le pregunté si conocía la Y de Machala. Negocié el pasaje de Jair y el mío en 2 dólares.

En Machala a Jair el tic nervioso del rostro empezó a delatarle los nervios. El ojo izquierdo le brincaba como una bola de pimpón. Y parecía que el mentón se le fuera a pegar del hombro. Hablaba de las maletas y de que íbamos a hacer si el bus no aparecía, de cómo íbamos a seguir el camino. No le decía nada. No tenía miedo. No me importaba ir preso. Sabía que las cosas podían empeorar. Así que fumé, miré el cielo, sentí el bochorno y la humedad del trópico.

En Machala me enteré de que en Ecuador Juan Manuel Santos tenía orden de captura. Me sonreí. Era la primera buena noticia que recibía en Ecuador. Hablé mal de Juan Manuel Santos y le dije a un vendedor de piñas que fuéramos a capturarlo a Bogotá, le amarráramos las manos y a rejo lo hacíamos cruzar la frontera porque era un asesino. El vendedor de piñas sonrío y me dijo que ya venía el Bus de Panamericana.

El conductor me saludó. Busqué mi asiento. Le di una galletita a Jair. Me quedé mirando las estrellas hasta que me dormí.

- Por favor, todos bajen del bus para control, dijo un policía de carretera.
- Pasaporte.
- No tengo, pero tengo esta carta.
- Esto no sirve. ¿Para donde va?
- Para Colombia a reunirme con mi madre y mi hermana y enderezar mis días torcidos.
- Bueno, porque hoy estoy de buen humor lo dejo seguir, pero estarías de perla en el comando. Siga, pero si lo vuelvo a ver me lo llevo preso.

Volvimos a subirnos al bus. En media hora hicieron otros dos controles y en todos tenía que explicar la carta y exponer como había sido la perdida de mi pasaporte y algunos utensilios más. Luego me recosté en el asiento y los ojos se me fueron cerrando poco a poco.

- Hey, ese es mi asiento, me dijo una mujer medio desesperada y delgada, de gafas y boca torcida.
- ¡Cómo!, hola… qué! Le contesté sin dejar de mirarle la boca
- Si, ese es mi asiento, y sentía mi mirada en sus labios.
- - Ehhhh… ahhhh… bueno entonces ¿cuál es el mío?
- No sé, es problema suyo, yo pagué aquí en Quito por este asiento. Dijo mientras se llevaba la mano a la boca. Ocultaba algo.

Me había sentado, desde el inicio, en un asiento equivocado. Busqué el mío y estaba ubicado al lado de otro colombiano, Jairo, de Popayán.

Jairo era esmeraldero. Había viajado a Perú para buscar negocios. Había conseguido algunos contactos. Pero no le había gustado la distancia de lo peruanos hacía él porque era colombiano. Y el colombiano, conocido como “colocho” prefieren ignorarlo en los negocios porque termina ganando. Con lo que podía comerciar sin concertaciones era con mujeres y con coca. Pero Jairo prefirió seguir con lo de las esmeraldas. Regresaba a Colombia para llevarse algunas otras piedras preciosas y venderlas. Hablamos un poco de todo. Y a ambos nos indignó recordar las atrocidades de los paramilitares. De cómo habían acabado con la juventud de Frontino, adueñado del narcotráfico, la política. En ese momento quise tener un rifle e irme a cazar paramilitares.

Llegamos a Tulcán. Jair, Jairo y yo tomamos un taxi hasta Rumichaca, frontera de Ecuador con Colombia. Jair y Jairo sellaron los pasaportes. Yo les dejé mis mochilas y pasé como se fuera de la zona. Nadie me detuvo. Pero dejaba atrás una deuda en Migraciones Perú que crece con lo días y una estafa en Ecuador. Sabía que estaba en Colombia y que por un buen tiempo no podría salir de ella. Después llegaron Jairo y Jair.

Jairo me preguntó si era cierto lo que le había dicho sobre las cartas de amor. Le dije si pero le valía dos almuerzos, uno para Jair y otro para mí. Le escribí una carta para su esposa Dora.

Partimos en taxi hasta la Terminal de Ipiales por 1.500 pesos. Hacía meses no veía un billete de 20 mil pesos. En la Terminal de Ipiales Jairo tomó un bus para Popayán, Jair iba a buscar como solucionaba la estadía y el pasaje hasta Calí y yo negocié por 5 mil pesos un pasaje hasta Pasto.

Las montañas de Nariño me hacían sentir en casa. Los pastusos y las montañas y los cultivos de cebolla.

En Pasto por 20 pesos conseguí un pasaje hasta Mocoa. Me subí al bus, 5 horas de viaje. Me senté. Recordé que iba para una zona violentada por la coca y la guerrilla. Miré por la ventanilla a una niña lamiendo un helado. Recordé que llevaba dos días sin bañarme y me sentía pegajoso. Volví a pensar Jimena. Cerré los ojos y seguí viendo las montañas que entraban y salían del Putumayo sin distintivos fronterizos, sin sellos migratorios, sin conflictos políticos. Luego los abismos y los deslizamientos en la vía hacía Mocoa. Lo peor aún era que el conductor por la montaña, en curvas, iba a alta velocidad y las chantas del bus tocaban el abismo. Entendí que estaba en Colombia. Me llevé un pedazo de pan a la boca, el último pedazo real y palpable de regalo de Jimena para distraerme y no mirar por la ventana un fin poco generoso a mis ambiciones.

7 coment�rios:

Pablo García dijo...

welcome to paradise

Juan Sebastian Acosta dijo...

Hombre que alegria leerte. Veo que estas cada vez mas cerca. Me alegro por eso. Parcero, reciba de mi parte un abrazo y una bienvenida a este paisito de puta mierda.

Anónimo dijo...

Si ya está en colombia, se le acabaron las aventuras... aquí si es sin guevonaditas ni artimañas de poeta ermitaño...

Juan Camilo dijo...

NO sé si ya se acabaron las aventuras o apenas empiezan. Las artimañas son universales así como llamarse nadie. Nos vemos las caras querido anónimo porque cada vez te siento más cerca, más triste y más asustado de que te salude sin que sepas que ya sé quien eres.

Anónimo dijo...

no, nada, acá también se valen las artimañas de poeta. y no pongo la cara por que meterse con este combito es armarse un sutil lio de reclamos insípidos, ¡que gane el que se ingenie la mejor metáfora!

no estoy pa esas maricadas


att otro cobarde

Juan Camilo dijo...

Bueno, bueno, no estamos para nada. Vivir en pos de otros es esconderse de uno mismo. Eso de que gane la mejor metáfora es la mejor matáfora que alguien haya escrito en este blog. Felicitaciones anónimo, o querido nadie. Pues el miedo no es meterse con x o y persona sino sentirse débil. No nos gusta la fragilidad. No me interesa entenderte. Con mi vanidad es suficiente para alegrarme con la lluvia o con dormir hasta que sea natural despertarse. A cada quién sus escondites. De mi parte por acá eres bienvenido.

Jhoed dijo...

La foto que está debajo del lugar donde dice "la consigna", se me hace como de un lugar conocido...