La ilusión


Entre las sombras y los reflejos de las lámparas transita la ilusión con múltiples entusiasmos a cabestro. En determinado momento los suelta para que corran libres hasta la madrugada. No todos regresan, pero los que vuelven traen incautos que pierden el sentido común y sus delirios son el alimento de estos equinos nocturnos. 

En estos tiempos, los de la era digital, es muy fácil encontrar incautos. Es tanto, se ofertan sin necesidad de cautivarlos porque rigen sus experiencias vitales desde el rango de la visión. Algo muy desgastante porque casi siempre las cosas no son como parecen. Por lo general se distraen de sus deseos profundos o principios de necesidad interior y se precipitan ante el primer entusiasmo como si se tratara de una experiencia significativa o un regalo de los cielos. 

En tal medida, cuando un incauto se cree jinete de un caballo de la ilusión, cabalga con tal frenesí que obtiene una insatisfacción más imposibilitándose para la experiencia del amor. 

Sin embargo, si ves ese caballo nocturno no lo cabalgues ni huyas. Deja que se te acerque. Obsérvalo como una señal de algo en el interior que se te manifestará. Pásale la mano por el lomo. Luego déjalo ir. Para trascender la ilusión es prudente no seguirla. Y es probable que en poco tiempo llegue el corcel del amor, en plena luz del día, el mejor escenario para una experiencia del reino del corazón.

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