Fredonia rincón del olvido


Me gradué del colegio Liceo Departamental Efe Gómez del municipio de Fredonia hace diez años. Colegio que lleva el nombre del escritor más universal de todos los fredoñitas. Gracias a Dios, desde que es colegio, ya nadie recuerda a Don Efe Gómez. Lo mismo sucede con Rodrigo Arenas Betancur desde que es un acueducto interveredal. El homenaje es un insulto después de muerto.

Atrás del colegio hay una cancha de fútbol con mangas y vacas pastando. En la cancha se patea el balón. En las mangas se asusta a las vacas, se hace el amor en las noches, se ve las estrellas y se fuma marihuana. En la cancha rondan los gritos de alumnos olvidados. Ya nadie recuerda la promoción del 99.

El olvido consume el paisaje, despoetiza el día. Notable el afán de crecer, de reproducirnos sin perdón de Dios.

Las calles serpientes empinadas que se estiran bajo el hechizo de un flautista. La neblina se desparrama desde la cima del Cerro Combia como un helado de vainilla.

Miro el colegio donde aprendí a fracasar. Sonrío: Soy el colegio y las montañas que lo rodean. Huelo a Fredonia cuando estoy contento. La neblina se me aparece en los sueños y me cubre. Soy tierra de hombres libres. Por eso me fui de Fredonia.

Las calles son las mismas con otros habitantes. Las mismas historias con otros rostros. El mismo pueblo medieval, como animal invernando, en la mitad de la montaña.

El fredoñita es el amo de las vueltas. Se siente atrapado. Va de un extremo a otro del atrio. Horas de lo mismo. Huye del olvido. Recorre una y otra vez sus pasos para exhibirse y buscar pareja. Le tiene pánico a estar solo.

Hago parte de los que se fueron. Tal vez vuelva. Tal vez no. Soy otra ficha que encaja en la gratitud del olvido.

Fredonia el primer rostro de Dios, mi primera infancia, mi primera adolescencia, mi primera erección, mi primer colegio, mi primer amor, mi primer hartazgo, mi primera fatiga, mi primer colegio, mi primer olvido.

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