Agria Navidad

 


Señor agente soy culpable de todos los cargos. Sé lo que hice y no me justifico. No me mire así que no soy un criminal; es que mis hermanos me llevaron a tal grado de desesperación que bueno, ya sabe lo que pasó… ¡Ah, sí antes de nacer uno tuviera la posibilidad de elegir padres y hermanos!

¿Qué vaya al grano?, ¿qué no de tantas explicaciones?, ¿qué me limite a los hechos? Está bien señor agente, solo quería ponerlo en contexto. Bueno, seré lo más puntual posible. ¿Podría darme un tinto? Gracias.

Como bien sabe, todo ocurrió en navidad, en mi casa ubicada en la vereda Manga Arriba del municipio de Girardota. Para mí ese día hace soportable todo el año. Es que la vida, señor agente, es como un camión que lo atropella a uno día tras día; así que en navidad conozco la verdadera felicidad. No se preocupe, iré al grano. Vea, desde junio compro pólvora y la almaceno en la bodega que tengo atrás en la casa. No me miré así, yo sé que el código de policía dice que está prohibido tener, portar, almacenar, manipular pólvora; que uno se puede quemar, desequilibra el medio ambiente y genera molestias a los vecinos. Y es que no puedo contralarme; me siento como un niño cuando alineo voladores en botellas de vidrio y salen hacia el cielo y explotan dejando una densa nube de humo. En ese momento me tiemblan las piernas de la emoción; estoy feliz y me transformo y armo la fiesta. Sí verifica el testimonio de las personas que me conocen se dará cuenta de que soy un buen hombre y el mejor anfitrión; además, al día siguiente se realiza el festival de globos en la vereda. Ojala se anime en asistir.

¿Qué no lo distraiga?, ¿qué no lo invite a eventos que el código de policía no acepta?, ¿qué me concentre? Bueno, así será. En navidad, después de la novena y la misa, estoy tan contento que destapo un litro de aguardiente y a todo el que pasa le doy un trago. Ah, y pongo el equipo de sonido a todo taco porque con la música uno refleja su estado de ánimo.

¿Qué vuelva a la historia de mis hermanos? Está bien, por ellos cancelé la fiesta tradicional porque llegaron a visitarme después de quince años de no vernos. Y reviví los días más complicados de mi existencia.

¿Por qué volvieron?, también me hice esa pregunta. Y la razón es que escucharon el rumor de mis fiestas. Es que las organizo con mi esposa durante meses. Hacemos las novenas del niño Dios y el 24 hay misa y luego se arma el baile. Entonces mis hermanos querían participar. Claro, al verlos no tuve el valor de negarles mi hospitalidad. Hasta pensé que podíamos reconciliarnos y me entusiasmé. No obstante, la más decepcionada fue mi esposa; ella se enojó y se fue para la casa de la suegra, en el pueblo.

Vea, en navidad se inician las fiestas en mi casa, luego, el 25, viene gente de todo el pueblo a disfrutar el festival de globos, la pólvora, la música; pues soy amigo de los organizadores. Y esta vez solo estuve con mis hermanos.

Destapé un litro de aguardiente. Ellos bebieron y empezaron a reír sin determinarme. Y puse canciones como “La finquita” de Vargasvil, “El trovador del valle” de Gildardo Montoya, “Las mujeres a mí no me quieren” de Guillermo Buitrago, entre otras. Y en vez de agradecer fueron ofensivos. Me trataron igual a cuando yo tenía seis años. En ese entonces recién había muerto mamá y papá y mis hermanos se volvieron alcohólicos. Durante la semana recolectaban café y el sábado y domingo se iban a beber. Yo me quedaba solo en la casa, sin comida, con frío. Y las veces que los busqué me decían cosas como: “Mire sí en el gallinero el gallo puso huevos” y luego me daban un coscorrón en la cabeza. Y me fui de la casa apenas cumplí los 16 años.

Llegué a Girardota y conseguí trabajo en Enka. Trabajé como mula y debido a mi desempeño ascendí hasta supervisor. Cuando pude pagarme la comida, la dormida, la ropa; tuve nuevos amigos y organicé la primera fiesta navideña, en la que conocí a mi esposa.

Mis hermanos se emborracharon. Y les pregunté por sus vidas; me ignoraron. Bebí otro aguardiente. Antonio, el mayor, me propinó una palmada en el hombro que me aguó los ojos y dijo: “Eres más feo que agarrarse una güeva con el cierre”, todos se rieron a carcajadas, se llevaron las manos a las barrigas y empezaron con chistes mordaces que nadie, en mi adultez, me había hecho. “Jacobo, eres más feo que un yogour de morcilla”, dijo Javier; “Jajaja… eres más feo que gárgaras de talco”, dijo Carlos. “Jajaja”, se rieron. “¡Estoy en mi casa y exijo respeto!”, dije y Javier sacó la correa del pantalón y me propinó un golpe en la espalda.

Afligido me dirigí a la cocina. No sé cuántos aguardientes me tomé para calmarme. A los minutos, después de putearlos, supe lo que tenía que hacer. Respiré profundo.

Volví y antes de que me hicieran otra broma les pedí que me acompañaran. Javier cantaba a los gritos el coro de una canción que sonaba de fondo “El Vicioso” de José Muñoz: “Sirva trago cantinero a esta mesa, sirva trago cantinero sin medida…” y me señalaba como si yo fuera el mesero. Tragué saliva.

Los conduje hasta la bodega, donde también tenía la pólvora. “Pasen y tomen todo el licor que quieran”, dije. Cuando ingresó Javier, el último de mis hermanos, cerré la puerta con llave. Por la ventana, que está justo sobre los paquetes de pólvora, eché varios fósforos encendidos. Luego volví al patio, le subí volumen al equipo de sonido y me serví otro aguardiente.

2 coment�rios:

elpedrete dijo...

No es el típico cuento navideño de paz y amor..., pero se lo tenían merecido, je, je. Suerte.

Juan Camilo dijo...

Elpedrete
Gracias por el comentario. Creo lo mismo que vos