Por el momento no sé lo que soy y lo averiguo. No tengo trabajo, me duele cada cosa que dejo de hacer, fumo marihuana para bailar mi incertidumbre, fornico de vez en cuando y llevo sobre la espalda una soledad que no conoce la luz del dÃa.
SÃ, cuando se decide esa ardua tarea de preguntarse por uno mismo, cual es su misión en esta vida, se descubre que se está perdido. Y se cree que se tenÃa más noción de uno mismo cuando uno no tenÃa tiempo de preocuparse por esas cosas.
Los seres que empiezan a cuestionarse y buscarle sentido a su existencia se vuelven bichos raros. Empiezan a padecer una tristeza sin motivo, sin explicación, que no entienden. A toda hora van cabizbajos como si el inclinar la cabeza les menguara la agonÃa. Se aÃslan de todo lo que antes frecuentaban, los amigos, la rumba. Se sienten inútiles en todas las actividades laborales y artÃsticas. Se creen atrapados en una época que no les pertenece.
El camino a uno mismo es un sendero brumoso, espeso, oscuro. Por ello todo aquel que se aventura a ese viaje no encuentra a donde ir, se para a mitad de camino y no sabe que dirección tomar. No hay brújula ni sol que lo guÃe. En su interior no hay más que oscuridad. Eso asusta al viajero y ya no solo cree estar perdido en su interior sino también en el exterior, en su cotidianidad. Empieza a dudar de lo que hace y padecerse tanto interna como exteriormente. Siente las manos pesadas y se le cae todo. Se tropieza con regularidad, no sabe que decir cuando lo invitan a conversar, se distrae y le molesta el ruido, se hace más inexperto con el sexo opuesto, es desmemoriado, olvida citas o reuniones, se queda callado más de lo usual y se hace indeseable a la hora de departir sobre polÃtica o religión. En conclusión estar perdido en uno mismo, después de la niebla, es acampar en el desierto.
Pero es más numerosa la cifra de los que desisten del viaje que los que fracasan. Huyen de sà mismos porque les es preferible hacer que pensar. Los hechos son más productivos que los proyectos para ir al abismo. Pero el que desiste de sà para estar moviéndose de un lado a otro, buscando desesperadamente una misma cosa: placer, huye es de él mismo. Huye de sà para encontrar sentido a su existencia en ver televisión, en escuchar reggetón, en drogarse, en tener hijos y conseguir dinero. Pare de contar. Eso se obtiene en corto tiempo. Luego, como no hay más satisfacción, llega la hora de rendirse cuentas y descubrir que no hizo nada para sentirse bien con él mismo. No tuvo tiempo de tirarse en una manga a esperar la noche, no supo lo que era ir al teatro, no vio en otros lo que habÃa de él, vivió sin asombro.
El caso no es envejecer sino vivir. El viejo puede hablar de su experiencia, pero eso no siempre implica que haya vivido mucho sino que aguantó la vida, soportó el peso de los años, nada más.
Cuando se dice que la vida es breve es porque el que lo dice nunca tuvo tiempo para vivir la propia y cuando quiso vivirla se encontró viejo y sin energÃa. No hizo lo que quiso hacer. Se distrajo en otras preocupaciones que creyó fundamentales. Puso su deseo en un fin que le cegó ante la vida. Los hijos, las profesiones, los electrodomésticos, los bienes raÃces, los viajes al exterior... lo alejaron de sà mismo.
En fin, hablo mucho de la vida como si yo hubiera vivido algo cuando apenas soy un bebe en pañales en este mundo. Pero sospecho que esa bruma en la que estoy, mi incertidumbre, es lo que soy. Es la bienvenida que me hago. La bruma es la señal de que ya he empezado el viaje a conocerme y me estoy palpando desde adentro. Sé que después de la bruma encontraré la luz que ando buscando. En mà las cosas terminaran bien. En caso de que no sea asà y las cosas empeoren es porque no han terminado. No importa si en el trayecto, en el camino me dicen irresponsable, vago. Considero que la única alternativa para no juzgar es dejarle a la vida, en su sabidurÃa, que decida que hacer conmigo a casarme con un estilo de vida y descubrir, ya viejo, que siempre estuve equivocado. Estar equivocado siempre es una opción. Al parecer la más fácil.
SÃ, cuando se decide esa ardua tarea de preguntarse por uno mismo, cual es su misión en esta vida, se descubre que se está perdido. Y se cree que se tenÃa más noción de uno mismo cuando uno no tenÃa tiempo de preocuparse por esas cosas.
Los seres que empiezan a cuestionarse y buscarle sentido a su existencia se vuelven bichos raros. Empiezan a padecer una tristeza sin motivo, sin explicación, que no entienden. A toda hora van cabizbajos como si el inclinar la cabeza les menguara la agonÃa. Se aÃslan de todo lo que antes frecuentaban, los amigos, la rumba. Se sienten inútiles en todas las actividades laborales y artÃsticas. Se creen atrapados en una época que no les pertenece.
El camino a uno mismo es un sendero brumoso, espeso, oscuro. Por ello todo aquel que se aventura a ese viaje no encuentra a donde ir, se para a mitad de camino y no sabe que dirección tomar. No hay brújula ni sol que lo guÃe. En su interior no hay más que oscuridad. Eso asusta al viajero y ya no solo cree estar perdido en su interior sino también en el exterior, en su cotidianidad. Empieza a dudar de lo que hace y padecerse tanto interna como exteriormente. Siente las manos pesadas y se le cae todo. Se tropieza con regularidad, no sabe que decir cuando lo invitan a conversar, se distrae y le molesta el ruido, se hace más inexperto con el sexo opuesto, es desmemoriado, olvida citas o reuniones, se queda callado más de lo usual y se hace indeseable a la hora de departir sobre polÃtica o religión. En conclusión estar perdido en uno mismo, después de la niebla, es acampar en el desierto.
Pero es más numerosa la cifra de los que desisten del viaje que los que fracasan. Huyen de sà mismos porque les es preferible hacer que pensar. Los hechos son más productivos que los proyectos para ir al abismo. Pero el que desiste de sà para estar moviéndose de un lado a otro, buscando desesperadamente una misma cosa: placer, huye es de él mismo. Huye de sà para encontrar sentido a su existencia en ver televisión, en escuchar reggetón, en drogarse, en tener hijos y conseguir dinero. Pare de contar. Eso se obtiene en corto tiempo. Luego, como no hay más satisfacción, llega la hora de rendirse cuentas y descubrir que no hizo nada para sentirse bien con él mismo. No tuvo tiempo de tirarse en una manga a esperar la noche, no supo lo que era ir al teatro, no vio en otros lo que habÃa de él, vivió sin asombro.
El caso no es envejecer sino vivir. El viejo puede hablar de su experiencia, pero eso no siempre implica que haya vivido mucho sino que aguantó la vida, soportó el peso de los años, nada más.
Cuando se dice que la vida es breve es porque el que lo dice nunca tuvo tiempo para vivir la propia y cuando quiso vivirla se encontró viejo y sin energÃa. No hizo lo que quiso hacer. Se distrajo en otras preocupaciones que creyó fundamentales. Puso su deseo en un fin que le cegó ante la vida. Los hijos, las profesiones, los electrodomésticos, los bienes raÃces, los viajes al exterior... lo alejaron de sà mismo.
En fin, hablo mucho de la vida como si yo hubiera vivido algo cuando apenas soy un bebe en pañales en este mundo. Pero sospecho que esa bruma en la que estoy, mi incertidumbre, es lo que soy. Es la bienvenida que me hago. La bruma es la señal de que ya he empezado el viaje a conocerme y me estoy palpando desde adentro. Sé que después de la bruma encontraré la luz que ando buscando. En mà las cosas terminaran bien. En caso de que no sea asà y las cosas empeoren es porque no han terminado. No importa si en el trayecto, en el camino me dicen irresponsable, vago. Considero que la única alternativa para no juzgar es dejarle a la vida, en su sabidurÃa, que decida que hacer conmigo a casarme con un estilo de vida y descubrir, ya viejo, que siempre estuve equivocado. Estar equivocado siempre es una opción. Al parecer la más fácil.