A mis diez años no sabÃa cuáles de mis actos eran pecados. Aproveché que Jairo también estaba haciendo la fila para preguntarle. Él sonrió y me dijo que decÃa mentiras, desobedecÃa a su madre y tenÃa malos pensamientos. Indagué por sus malos pensamientos y me sorprendà cuando me dijo que eran las mujeres. Al llegar mi turno me arrodillé frente al sacerdote y le dije: “Pa-padre mis peca-cados son estos: soy desobediente con mi madre; soy a veces, no to-todo el tiempo, mentiroso; ayer con una piedra maté a un pa-pájarito; también le vi los senos a una tÃa.” En ese momento debà decirle al padre que me gustan los senos grandes porque ellos representan todo el interés que una mujer pueda despertar. QuÃtele los senos a una mujer y dejará de cautivarte. Incluso, una mujer puede ser fea pero si posee senos grandes tiene una oportunidad. Son los senos un centro de atracción para el hombre. Estoy completamente seguro de que si a un árbol lo intervinieran genéticamente y le hacen en su tallo implantes de senos, no faltará el individuo que bajo su sombra se excite. A ciencia cierta, no entiendo bien de dónde proviene la magia de los senos, pues no son más que dos protuberancias de carne. Pero, cuando se ven esas protuberancias, sin importar lo que se piense de ellas, lo único que se quiere es besarlas. Después uno se da cuenta de que pierdan la gracia porque saben a nada, aunque uno se empecine en creer que saben a todo. Tal vez la atracción está en el movimiento. Imaginarlos bajo una blusa es calcularle el tamaño, el color y el diámetro del pezón. Quizás es en ese instante donde vibre más el deseo. Pues el deseo es un efecto visual en el que se involucra el instinto y la emoción. Por eso, unos senos grandes, a punto de romper una blusa, son más mordaces en el corazón del hombre que un abrazo fraterno. Por algo cuando pasa una mujer con senos grandes lo primero que se mira es ese lugar del cuerpo como si los senos tuvieran vida propia. Senos-aves que vuelan en busca de maÃz en los parques y plazas públicas… El sacerdote me miró. Dijo que debÃa rezar dos padres nuestros y dos aves marÃas. Con una de sus manos palpó mis tetillas. Miré al sacerdote sin entender el por qué hacÃa esas cosas. Él tenÃa los ojos cerrados y susurraba una oración en latÃn. A los segundos abrió los ojos y me dijo en tono socarrón que si me interesaba ser monaguillo para acompañarlo en el arduo camino de alabar a Dios. Le dije no. Igual, hice la primera comunión y no volvà a la iglesia porque ese recuerdo me indisponÃa y no era excusa suficiente para convencer a mamá de que no solo el sacramento nos hace hijos de Dios.
CARCAJADAS
Hace 2 horas