En la casa de El Hortalero


El Hortalero, así se hace llamar aquel hombre que vive en una casa en el campo dedicado a sus cultivos, no solo de la tierra sino del espíritu. Digo del espíritu porque después de estar un tiempo con él uno sale inquieto, con cierta sospecha de lo que cree cierto. Lo conocí porque Carolina, mi compañera, organizó una cita privada. Aunque vivía solo, eran muchas las personas que deseaban visitarlo. Después de publicar su único libro La mujer agapanto. Diario de un jardinero, su fama se disparó a pesar de él. Sin embargo, después de un periodo corto en que promocionó su libro, se alejó por completo de los escenarios, las lecturas, las charlas y esos eventos que algunos escritores anhelamos, a veces, más que la misma literatura. Este hecho me llamó la atención. 


Aunque Carolina me había dicho que enfocáramos la conversación en el amor, el original, el verdadero, el nuestro, yo me centré en su libro y sus influencias. Él, con su cabello cano, su sombrero ajustado a la cabella como el mismo cabello, su voz ronca y pausada empezó a decirme que su libro no era nada asombroso. Lo que hizo fue hacer un diario de campo de sus emociones mientras cultivaba sus flores y vivía con uno de sus amores transitorios y eternos. Transitorios porque para él el encuentro con una mujer no es definitivo, cosa que si es la ilusión, por lo que prefiere asumir el encuentro con final incluido. En ese proceso agregó algunos episodios de El profeta de khalil Gibran, de algunos versos de Lao Tsé, de algunas inspiraciones de Canto a mí mismo de Walt Whitman, de Ilusiones de Richard Bach, de las Cartas a Lucilio de Séneca, de Viaje a pie de Fernando González, en esencia. Aunque me sorprendió que su punto de partida fue El guardador de rebaños de Alberto Caeiro, el poeta de la naturaleza, heterónimo de Fernando Pessoa. Afirma que lo sorprendió la idea de un poeta de la naturaleza y se dijo ¿por qué no? Fue cuando durante años empezó a hacer anotaciones de sus lecturas indispensables, las que se releen y fue haciendo una mixtura de esas ideas con las propias hasta consolidar un libro sencillo, compacto y natural. A eso, le añadió matices de una historia personal que absorbió esas filosofías. Por lo que concluía que no había nada nuevo en su libro. Su único libro. También confiesa algo sonriente que deseaba dejar un libro esencial, con el paisaje de su Antioquia querida. Sin más pretensión que dar pruebas de que el hombre puede saciar sus impulsos destructivos si se conecta con el Creador. Quise indagar sobre la imagen de Dios y Carolina me dio un codazo. Sugería que fuéramos al grano. Así que callé. 

El nombre de El Hortalero es Ángel de la huerta, de familia de comerciantes. Estudió Filosofía y no terminó el pregrado. Se retiró de la universidad para dedicarse a una casa que su familia iba a vender porque no le interesaba a nadie. No sé cómo ha sorteado la economía. No quise preguntar. No era lo importante ante un hombre como él. Aunque eso no le impidió para sus lecturas y su estilo de vida. Ahora su casa es como un centro holístico que no necesita publicidad. Tenía muchas inquietudes y él se acomodó en la silla. Me miró profundo a los ojos. Luego sonrió hasta la carcajada. Nos ofreció un poco de vino y luego miró a Carolina. Ella empezó a sudar y yo sentí algo extraño en el aire, como si hubiese subido un vapor caliente. Así que volví a mirarlo. Él, en tono solemne, pidió que le contáramos el motivo de la visita. Carolina dijo: “Florentino se expresa mejor”. Sonreí y pregunté qué opinaba del amor original. Volvió a reír. Tomó un sorbo de vino y contestó: “El problema del amor original no es que sea original. Igual, el inicio sucede como por encantamiento. El meollo del asunto es el final. Eso no se recuerda en el encuentro y de insensatos nos hacemos daño, nada original”. Intenté formular otra pregunta y él respondió que no era necesario. Se puso de pie y nos regaló algunas flores. 

Al despedirnos Carolina me preguntó qué opinaba. Alcé los hombres a falta de palabras. Sin embargo, la veía hermosa. Ella sonrió y con un beso entendimos el regalo que habíamos recibido de El Hortalero con solo mirarnos.

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