Tras el vuelo de los gallinazos


Veo el vuelo de los gallinazos, el ave insigne de los andes. Mientras tanto pienso un rato qué palabras escribir para manifestar mi agradecimiento a la tierra. Encuentro mi escritura como postal de mercado de baratijas. No soy un escritor elocuente o fluido. Al parecer, no soy escritor, más bien un escribano que le da por garabatear sus opiniones sin pensar muy bien cómo. Le suceden las palabras así como brota la hierba de la tierra. Si mucho intelecto, más bien descuidadas, pero frescas. Tal vez por eso, cuando intento hilar una idea las palabras son un silencio prolongado. No fluyo y vuelvo a los lugares comunes. Además, me cuesta creer que en Colombia se celebre la tierra cuando en las noticias abundan los incendios forestales, los derramamientos de petróleo, la tala indiscriminada, los desechos de carbón arrojados al mar, el cáncer de la minería… Por eso, al decir esta boca es mía las palabras insatisfechas se agarran de la lengua. Entonces callo y sigo mirando los gallinazos. Al parecer, estas aves de rapiña, están tras las intenciones mortecinas de los colombianos tan bien peinados, tan elocuentes en los proyectos de protección ambiental y tan desconectados de la madre tierra. Lo sé porque cuando huelen una flor la imaginan disecada ya que son incapaces de oler sin poseer.

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